Cuando eres profesor de religión católica, siempre hay algún alumno o alumna que, con mejor o peor intención (la malicia que puede tener el hacer una pregunta para salirse de la materia), levanta la mano en clase para hacer la pregunta que deja en atento silencio al resto de los compañeros. La formulación puede tener mayor o menor carga afectiva y ser más o menos personal. Puede ser un «¿por qué la Iglesia condena a los homosexuales?» o «¿tú qué piensas de los homosexuales?» y hasta «¿la homosexualidad es pecado?».

Hay mucha leyenda negra sobre este delicado asunto y pocas personas se han tomado la molestia de conocer la doctrina y la pastoral de la Iglesia en este campo. En mis años de formación aprendí una máxima que decía «Al paso de la Iglesia» que condensa una verdad que trato de llevar a mi vida: no hace falta inventar nada, sino intentar conocer, entender y razonar la fe, la moral y la pastoral de la Iglesia.

Y en este tema en concreto el Papa Francisco nos ha regalado una de esas reflexiones hechas sobre la marcha, a bordo del avión de vuelta de su viaje apostólico a Georgia y Azerbaiyán en la que resuena aquella otra famosa reflexión que hizo en su viaje de vuelta de la JMJ de Brasil en 2013 cuando algunos se escandalizaron con la frase «quiénes somos tú y yo para juzgar a un homosexual» y otros vieron en ella «apertura» y «ruptura» con el «pasado homófobo de la Iglesia». La respuesta del Papa, por tanto, nos puede servir de referencia:

Pregunta (de Josh McElwee del diario National Catholic Reporter)

En ese mismo discurso de ayer en Georgia, usted ha hablado, como en tantos otros países, de la «ideología de género», diciendo que es el gran enemigo, una amenaza contra el matrimonio. Pero quisiera preguntar: ¿Qué le diría a una persona que ha sufrido durante años con su sexualidad y se siente verdaderamente que hay un problema biológico, que su aspecto físico no corresponde con aquel que él o ella considera que es su propia identidad sexual? ¿Usted, como pastor y ministro, cómo acompañaría a estas personas?

Respuesta de Papa Francisco:

Ante todo, yo he acompañado en mi vida de sacerdote, de obispo —también de Papa—, he acompañado a personas con tendencia y también con prácticas homosexuales. Las he acompañado, las he acercado al Señor, algunos no pueden, pero las he acompañado y nunca he abandonado a nadie. Esto es lo que se debe hacer. A las personas hay que acompañarlas como lo hace Jesús. Cuando una persona que tiene esta condición se presenta ante Jesús, seguramente Jesús no le dirá: «¡Vete de aquí porque eres homosexual!». No.

Lo que yo he dicho se refiere a esa maldad que hoy se siembra con el adoctrinamiento de la «ideología de género». Me contaba un papá francés que en la mesa estaban hablado con los hijos —él católico, la mujer católica, los hijos católicos, algo tibios, pero católicos— y preguntó al chico de diez años: «¿Tú qué quieres ser cuando seas mayor?» —«Una chica». Y el papá se dio cuenta de que en los libros de la escuela se enseñaba la «ideología de género». Y esto es contrario a las cosas naturales.

Una cuestión es que una persona tenga esta tendencia, elija esta opción, y también hay quien cambia de sexo. Otra cosa es la enseñanza en las escuelas siguiendo esta línea, para cambiar la mentalidad. A esto yo lo llamo «colonizaciones ideológicas».

El año pasado recibí una carta de un español que me contaba su historia de niño y de joven. Era una niña, una joven, y sufrió mucho, porque se sentía un chico, pero físicamente era una chica. Se lo contó a la madre, cuando ya tenía 22 años, y le dijo que quería operarse y todas esas cosas. Y la madre le pidió que no lo hiciera mientras ella estuviese viva. Era anciana, murió al poco tiempo. Se operó. Es empleado en un ministerio de una ciudad de España. Recurrió al obispo, y el obispo lo acompañó mucho, un buen obispo: «perdía» tiempo para acompañar a este hombre. Luego se casó. Cambió su identidad civil, se casó y me escribió en una carta que para él sería un consuelo venir con su esposa: él, que era ella, pero es él. Y los recibí. Estaban contentos. Y en el barrio donde el vivía había un anciano sacerdote, de unos ochenta años, el viejo párroco, que había dejado la parroquia y ayudaba a las religiosas, allí, en la parroquia… Y también el nuevo [párroco]. Cuando el nuevo lo veía, lo regañaba desde la acera: «¡Irás al infierno»! Cuando se encontraba con el antiguo párroco le decía: «¿Desde cuándo no te confiesas? Ven, ven, vamos que te confieso y así podrás recibir la Comunión».

¿Has entendido? La vida es la vida, y las cosas se deben tomar como vienen. El pecado es el pecado. Las tendencias o los desequilibrios hormonales causan muchos problemas, tenemos que estar atentos y no decir: «Es todo lo mismo, hagamos fiesta». No, esto no. Sino estudiar cada caso, acompañarlo, estudiarlo, discernir e integrarlo. Esto es lo que Jesús haría hoy.

Por favor, no digáis: «El Papa santificará a los trans». ¡Por favor! Porque veo ya los títulos de los periódicos… No, no. ¿Hay alguna duda sobre lo que he dicho? Quiero ser claro. Es una cuestión de moral. Es un problema. Es un problema humano. Y se debe resolver como se pueda, siempre con la misericordia de Dios, con la verdad, como hemos dicho en el caso del matrimonio, leyendo por entero la Amoris laetitia, pero siempre así, siempre con el corazón abierto.

Y no os olvidéis del capitel de Vézelay: es muy bonito, muy bonito.

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Nota: El Papa acababa de decir poco antes: «A mí me gusta contar, no sé si lo he dicho porque lo repito mucho, en la Iglesia de Santa María Magdalena, hay una capillita bellísima en la abadía de Vézelay, del año 1200 más o menos. Los medievales hacían la catequesis con la escultura de la Catedral. En una parte de la capillita está Judas en pecado, con la lengua afuera y los ojos afuera, y en  la otra parte está Jesús el buen pastor que lo toma y lo lleva con él, y si vemos bien la cara de Jesús, los labios de Jesús están tristes en una parte pero con una pequeña sonrisa de complicidad en la otra.  Estos habían entendido qué es la Misericordia con Judas, ¿eh?».