En un país en guerra, la “gestación subrogada” añade diversos problemas éticos

La reciente invasión rusa de Ucrania ha sacudido los cimientos de la civilización, tal como se conocía. El desastre de la guerra se extiende a todas las vertientes de la sociedad: a las vidas humanas que ya se han perdido por motivo de los enfrentamientos, y de los bombardeos, y a las que se perderán tal como alertaba la prestigiosa revista británica Bristish Medical Journal (BMJ) por la imposibilidad de acceder a los servicios sanitarios básicos.

El informe de BMJ destaca el impacto de la guerra en los servicios sanitarios públicos, en las infraestructuras básicas (agua y comida), y por supuesto, en la salud mental. En este sentido, la Bioprecariedad, es decir la falta de acceso a productos básicos para la vida (fármacos, agua, comida), vuelve a aparecer como un efecto “colateral” del conflicto armado.

Por otra parte, la guerra en Ucrania ha destapado un problema bioético de primer orden: la gestación subrogada o por sustitución, vulgarmente conocida como “vientre de alquiler”. Ucrania no era hasta ahora únicamente el llamado “granero de Europa” por sus grandes exportaciones de cereales sino que además es la principal granja de bebés, a través de una desarrollada, legal y creciente industria de los vientres de alquiler. Parejas de todo el mundo encargaban allí sus niños, y una mujer ucraniana hacía de gestante hasta el parto para después entregar los bebés a los compradores.

En Ucrania, se trata de un procedimiento legal con aproximadamente 33 clínicas en todo el país, lo cual hace posible que cada año nazcan entre 2000 y 2500 bebés. Hay decenas de agencias que se encargan de estas prácticas. Algunas tienen sólo un pequeño número de mujeres disponibles para alquilar su útero, pero las más grandes tienen hasta 500 madres a disposición. No en vano, Ucrania se considera “la meca de los vientres de alquiler” donde incluso el pasado mes de noviembre de 2021 anunciaban un “Black Friday” de bebés en la clínica BioTexCom. Las parejas pagan entre 40.000 y 50.000€ a las agencias, de los cuales entre 10.000 y 12.000 irán a parar a la mujer que va a gestar el bebé. En Ucrania, el salario medio es de 400 euros al mes, de manera que este dinero es una fortuna que les permite ayudar a sus hijos y a toda su familia.

Sin embargo, al igual que ocurrió con el gran confinamiento ahora la guerra impide a estas parejas recoger a los recién nacidos poniéndose una vez más de manifiesto como el bebé es en los vientres de alquiler un mero producto más de compra-venta y que por motivos extraordinarios ahora a este “stock” no puede dársele salida. La diferencia es que son seres humanos y no trigo o aceite de girasol.

En un país en guerra, la “gestación subrogada” añade diversos problemas éticos. Por una parte, no es posible asegurar la protección de los embriones congelados en las clínicas por los cortes en los suministros de luz. Aunque una posible solución es trasladarlos a territorios vecinos como Georgia, donde la maternidad subrogada también es legal.

Por otra parte, la posible interrupción del servicio de internet también dificulta el contacto por parte de las familias usuarias de estos servicios. Y la última y más importante cuestión, es la posible huida de estas madres “gestantes” a otros países a medida que las tropas rusas continúen su avance. Sin embargo, esas mujeres también tienen sus propias familias, a las que van a dejar atrás por proteger a un hijo que forma parte de un negocio.

Las clínicas se escudan en el hecho de que lo tenían todo previsto y de que esas mujeres podrán desplazarse a otros países donde haya sede de las clínicas como la República Checa, Polonia, Hungría o Eslovaquia. Las últimas noticias alertan de que las tropas rusas ya han bombardeado maternidades y hospitales pediátricos en ciudades como Mariúpol. Así pues, en el caso de no poder huir, ¿en qué condiciones se producirá el parto? Muchas de ellas ya se encuentran escondidas en los sótanos de sus casas o están dando a luz en búnkeres sin acceso a la sanidad pública.

Tres son los principales problemas que se dan en estos momentos con la guerra de Ucrania:

  • la seguridad de un número creciente de bebés en refugios con cuidados cada vez más precarios en un ambiente bélico.
  • la situación en la que quedan las llamadas madres gestantes. Además  de la guerra en su país y su propia situación familiar se une la presión de las personas que desde miles de kilómetros de distancia presionan para que “su bebé” siga los cuidados necesarios para ser un “producto óptimo”.
  • la más que posible destrucción de miles de embriones congelados debido a los problemas de suministro eléctrico y los bombardeos, con el problema ético añadido que esto conlleva.

Muy pocas parejas han logrado poder llevarse a estos niños. Entrar y salir del país para los extranjeros es prácticamente imposible y además no hay vuelos disponibles. Pero desplazar hasta la frontera a tal cantidad de bebés es igualmente irrealizable. Lo que sí se están dando son casos de madres gestantes que están huyendo con sus familias e intentando salir del país.

Es el caso de Svetlana, madre gestante contratada por el matrimonio australiano Emma y Alex Micallef. Esta ucraniana logró llegar a Moldavia junto a otras madres de alquiler. Ahora están alojadas en un pequeño apartamento, pero al menos ya están lejos de la guerra. Sin embargo, en este momento se da otro importante dilema que muestra qué hay detrás de los vientres de alquiler. Si el bebé nace en Moldavia Svetlana, según la legislación de este país, será la tutora legal. Ella podría darlo posteriormente en adopción pero podrían pasar años antes de que este matrimonio australiano pudiera llevárselo a su país.

¿Qué van a hacer entonces? Ya lo han decidido. Cuando se acerque el momento del parto, Svetlana deberá volver a entrar en Ucrania haya o no guerra en ese momento para dar a luz en una ciudad cercana a la frontera. La seguridad de la gestante pasa a un segundo plano, pero en consecuencia también la del niño, pues lo importante para los compradores es garantizar tener ya al bebé y no tener que esperar meses o años.  

La agencia que utiliza este matrimonio es pequeña, actualmente gestiona nueve vientres de alquiler, pero la agencia más grande de Ucrania actualmente tiene 500 madres gestantes en diferentes etapas del embarazo. Cuarenta y un bebés bajo su cuidado están “varados” en Kiev. Muchos de estos niños están siendo atendidos en una guardería en el subsuelo de Kiev mientras las fuerzas rusas asedian la ciudad y la bombardean. Cada día nacen más niños y “si nada cambia en el futuro cercano, es posible que tengamos 100 bebés bajo nuestro cuidado», cuenta Denys Herman a la BBC, asesor legal de la agencia.

BioTexCom, una de las agencias más conocidas, ha publicado un vídeo para tranquilizar a los contratantes, pero lejos de conseguirlo preocupa la situación tan poco adecuada de una empresa de cría de bebés en medio de una guerra. En él se ve una mujer joven con miedo en los ojos guía a los espectadores a través de estrechos pasillos hasta una gran sala con sacos de dormir, máscaras antigás, una cocina lúgubre, un baño pequeño y estantes con comida enlatada, pañales y fórmula para bebés. Un lugar que da la impresión de frío.

¿Es posible considerar que estos partos “en guerra” son éticamente aceptables?

Por otra parte, también se conoce que muchos niños que no cumplen las expectativas de sus “padres” se quedan atrás. Se podría suponer que en el contexto actual muchos bebés se quedarán en Ucrania y su futuro será más que incierto. La realidad es que el conflicto armado en Ucrania vuelve a poner de relieve que la gestación subrogada implica la mercantilización del cuerpo de la mujer, que la acaba convirtiendo en una mera “vasija”, que contiene un bien muy preciado.

El feminismo tiene la responsabilidad de velar por la integridad de la mujer y de su cuerpo no para que su capacidad reproductiva no se ponga al servicio de otros. Mucho se ha escrito sobre el uso y el abuso de mujeres de bajo nivel económico, que necesitan el dinero que les ofrecen estas clínicas a cambio de “gestar” un bebé. Pero poco se ha hecho para limitar este tipo de prácticas que vulneran uno de los principios básicos de la bioética: la autonomía entendida como la capacidad de las personas para tomar sus propias decisiones sin ser coaccionados y que se fundamenta en el consentimiento informado. 

La Bioprecariedad que atenaza a grandes capas de la sociedad por falta de dinero, y por lo tanto, de acceso a recursos básicos para la vida empuja a estas mujeres a “poner en venta” su cuerpo sin ser debidamente informadas sobre todas las consecuencias legalessanitarias y económicas derivadas. Muchas son jóvenes y de bajo nivel económico engañadas por agencias ilegales que ofrecen dinero que después no reciben como ya ha sucedido en países como la India o Tailandia donde ya está prohibida para los extranjeros. 

Es posible afirmar, de forma segura, que la “gestación subrogada” no dispone de un consentimiento informado, porque no permite tomar decisiones “autónomas”, sino “heterónomas” determinadas por las circunstancias económicas de las personas y sujetas a las leyes del mercado. La “gestación subrogada” o mejor dicho “los vientres de alquiler” son otro producto más del capitalismo y constituyen una suerte de “explotación reproductiva” derivada del férreo control del mercado en la globalización neoliberal.  Por un lado, tenemos “la oferta”, es decir, las mujeres que necesitan “vender” su vientre para poder vivir o mejor dicho, subsistir; y por otra parte, “la demanda”, es decir, las familias con un elevado poder económico, que son las únicas que se pueden permitir acceder a ellas.

“Los peligros de la guerra en Ucrania han puesto al descubierto la inhumanidad de la industrialización de la reproducción humana. Miles de embriones, es decir, bebés congelados, corren el riesgo de perecer si se interrumpe el suministro eléctrico. Las mujeres embarazadas de los hijos de otras mujeres corren el riesgo de ser abandonadas por médicos empleados por una empresa con fines de lucro. Los padres encargados se han convertido en pequeños engranajes de una máquina de guerra. Algunas clínicas con sucursales en la cercana Georgia, país que también permite estas prácticas, quieren transferir sus embriones de Ucrania a Georgia a través del Mar Negro. Pero sus posibilidades son escasas en este momento: no hay vuelos comerciales y es poco probable que el ferry de 39 horas de Chornomorsk a Batumi esté funcionando. El amor, incluso el amor entre las ruinas, no estaba destinado a ser así”, afirma Michael Cook en Mercatornet.

De nuevo, las leyes del mercado se imponen en todos los ámbitos, incluso en la vida. 

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